El hombre que sirvió al mal… y fue salvado por María

Dicen que en un pequeño pueblo escondido entre montañas vivía un hombre llamado Esteban, conocido por todos como el que renegó de Dios. Había perdido a su familia, su trabajo y la esperanza. El dolor lo empujó a buscar respuestas donde nunca debía, y terminó haciendo un pacto con las tinieblas. Juró su alma al infierno a cambio de riquezas y poder. Durante años, su mirada se volvió vacía, su casa fría y su corazón una sombra.

Pero Dios no olvida a los suyos, aunque se escondan en la oscuridad. Una noche, mientras el viento golpeaba las ventanas y el fuego del altar del demonio ardía más fuerte que nunca, Esteban cayó de rodillas. Por primera vez en mucho tiempo, lloró. No por miedo, sino por arrepentimiento. En medio de sus lágrimas, recordó la voz de su madre cuando era niño, repitiendo una y otra vez: “Reza el Rosario, hijo, y la Virgen te escuchará.”

Con las manos temblando, tomó un rosario que había guardado entre las ruinas de su pasado. Apenas lo tocó, una luz suave llenó la habitación. El aire cambió. El fuego oscuro se apagó. Y en su lugar apareció una presencia luminosa, una mujer vestida de azul, rodeada de un resplandor dorado. Su rostro era puro consuelo.

—“Hijo mío, todavía eres mío”, dijo la Virgen con voz serena.

Esteban sintió cómo las cadenas invisibles que lo ataban se rompían una por una. Detrás de él, una sombra rugió con furia, pero la luz la deshizo como si nunca hubiera existido. La Virgen extendió su mano, y él cayó al suelo, libre, sollozando. En ese instante, supo que el cielo no lo había abandonado.

A la mañana siguiente, los vecinos lo encontraron en la puerta de la iglesia, arrodillado, con el rosario entre las manos. Su rostro, antes endurecido, mostraba paz. Entró, confesó sus pecados y pidió perdón. Desde ese día dedicó su vida a servir a los más necesitados, construyendo un pequeño santuario en honor a la Virgen María, justo donde había invocado al mal.

Los que lo conocieron después lo llamaban “El Convertido de María.” Nunca volvió a hablar del demonio, solo del amor que lo rescató cuando ya no quedaba esperanza.

Muchos dicen que, aún hoy, si alguien se acerca a rezar en ese santuario al caer la tarde, puede sentir un perfume de flores y escuchar un leve murmullo que repite:
“El infierno no gana cuando el alma se entrega a María.”

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